Movimientos sociales: de la toma a la huida del poder (parte 1)*

lunes, 10 de agosto de 2009 | | | |
Es ilusión de estos olvidadores que las otras, los otros, los otritos
no sigan recordando sus vilezas.
… el olvido está lleno de memoria.
Benedetti


Los movimientos sociales son algo más que acciones colectivas de protesta, mucho más que los constantes flujos y reflujos de las tramas del poder, más que los ciclos de protesta y pasividad coyunturales… si bien ese puede ser origen, deben poder ir más allá de la espontánea autodefensa o la reducción de daños.

Desde nuestro punto de vista, los movimientos sociales se pretenden y auto-conciben (identidad) como plataformas para la elaboración e impulso de alternativas vitales frente a una determinada lógica político-social, en nuestro caso, el capitalismo burocrático totalitario. Lógicas que se han valorado al interior del colectivo como injustas al mismo tiempo que impuestas desde afuera (heterónomas).


Se trata de alternativas que solo pueden ser, lógicamente, autónomas frente a un sistema político-social que ha demostrado su incapacidad/desinterés por auto-transformarse: parte de su lógica es la represión totalitaria.

Individualmente, no hay salida de la represión del sistema. Colectivamente, el movimiento social pretende (y sabe) transgredir para transformar.

En tanto fuerza social, los movimientos dependen de criterios colectivos (esa es su potencia: el impulso de sobrevivencia y liberación que unifica el colectivo), de identidades que forjan y son forjadas alrededor de un discurso que todas y todos consideran propio. Cada sujeto se identifica en el proceso y, como consecuencia, el colectivo logra apropiarse de la crítica y comprometerse en la ejecución de la respuesta.

Y ciertamente, debemos reconocer y festejar que los movimientos sociales están enmarcados en lo histórico-social, que no pueden desprenderse de su contexto: ese es su punto de partida y parte fundante de su identidad (la experiencia de la represión es fundamental para la toma de consciencia). Pero la determinación no puede ser absoluta, de hecho nunca lo es, por eso no pueden ser catalogados, ni auto-concebirse, por más que lo queramos, como dependientes de la lógica imperante. Son y deben ser movimiento, creatividad, cambio, trasgresión, alternativa, reconstrucción… o no serán. En nuestra opinión ese es el quid del asunto.

Tomando en cuenta los movimientos sociales latinoamericanos del siglo pasado, encontramos que contrario a lo anterior, una de sus características fundantes fue, quizás, la idea de que estratégicamente (estrategia dictada por la Vanguardia) la asociación/inserción en la política partidaria era no solo necesaria, sino inevitable. El cambio social fue pensado como imposible sin la toma del poder institucional – léase: la transformación de la vanguardia en burocracia, en “iluminista” e “iluminada” tecnocracia reformista (no revolucionaria, no democrática).

Hay muchos ejemplos de ello, quizás el más ilustrativo sea del caso de “los descamisados” (nota 1): un movimiento obrero argentino asociado al partido peronista: la dependencia era evidente y asumida como necesaria por y para el movimiento.

Igualmente, la agenda de lucha de estos movimientos sociales era planteada a partir de las condiciones imperantes de explotación. En ese sentido, se manejaba la concepción de un sujeto histórico universal, determinado absolutamente por su condición de trabajador y respondiendo a su contexto solo en la medida en que su “toma de consciencia” se lo permitiera. Este era el actor, el único-actor-posible en la concepción de los viejos movimientos sociales: El Obrero. (Cosa curiosa: pocas trabajadoras podían llegar a ser reconocidas como sujetas revolucionarias).

En Costa Rica, la huelga de 1934 ejemplifica como se estructuraba la protesta social dentro de esta dinámica: al calor de un fuerte movimiento sindical influenciado por el Partido Comunista, las identidades colectivas se forjaban alrededor de los oficios y ocupaciones que florecían en la época: bananeros, ferrocarrileros, zapateros, panaderos… todos con identidades gremiales bien definidas y con agendas de lucha claras en contra de la explotación. Pues a pesar de esto, sería impreciso no acotar que en muchas ocasiones estos gremios se movilizaron con igual intensidad para enfrentar problemas relacionados con las condiciones generales de reproducción, lo que llaman la “esfera de la vida privada”: tal es el caso de las huelgas de inquilinato a principios del siglo pasado.

En contraste con este esbozo, los movimientos sociales latinoamericanos de este Siglo XXI parecen mostrar una fuerte tendencia hacia el desarrollo autónomo (es decir, independiente de la política partidaria) y hacia la construcción de una identidad propia (por ejemplo, indígena… profunda o contracultural… subterránea). Tal como comenta Álvaro Linera (nota 2), al interior de estos movimientos sociales se ha dado una ruptura con la identificación “obrerista” o “proletarista”, antes absoluta. Las movilizaciones de la Bolivia-indígena en su lucha por el agua parece que evidencian que la acción colectiva se ha (re)construido y (re)significado desde un nuevo referente nominal.

Las y los indígenas, esta vez desprovistos y desprovistas de la figura patriarcal de “El Obrero” (que de acuerdo con Mariátegui no posee gran asidero dentro del contexto del indígena latinoamericano) logran un cambio radical al desarrollar lo que llamo “la cuestión del indio”: es decir, una identidad propia. La forma multitudinaria y horizontal de las movilizaciones permitió que las comunidades por iniciativa propia pusieran en practica la toma de decisiones mediante asambleas populares, documentadas en forma clara por el propio Linera. (En próxima entrega incluiremos el exitoso y reciente caso de indígenas de la amazonía peruana, quienes tampoco estaban “dirigidos” por ningún partido.)

Por todo esto, desde nuestra perspectiva es injusto pensar que quienes propugnamos por la autonomía, la acción directa, la democracia directa y otros principios lógicos de los nuevos movimientos sociales nos encontremos “vacíos de raíces” para hacer nuestras propuestas. Lejos de eso, deseamos compartir estas reflexiones con la gente, para que nuestra participación vaya mucho más allá de ir a “votar” en condiciones cada vez más fraudulentas, cada cuatro años. En todo caso, se debería examinar cuál ha sido el aporte que los políticos han dado en las acciones colectivas que con fuerza se han expresado en nuestro país: los casos del COMBO, de RITEVE o de la lucha Contra el TLC. ¿Qué ha producido la lógica partidaria en esas coyunturas? (En la segunda parte de este artículo continuaremos acercándonos a esa reflexión colectiva.)

Notas

1.– Término peyorativo con que se califica en argentina a los trabajadores de los sectores más populares.


2.– Vicepresidente de la Bolivia.

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